Existe una verdad esencial que antecede a todas las demás. Una verdad que precede al significado que le podemos otorgar al mundo que nos rodea, las circunstancias, los momentos, aspiraciones y situaciones. Esta verdad, es la verdad acerca de nosotros mismos. Quien soy.
En primer lugar, esta verdad realmente existe porque estamos en capacidad de hacernos la pregunta y buscamos su respuesta como aguja en un pajal. Sentimos en nuestro interior que al encontrarla nos traerá una sensación de plenitud y felicidad. Es importante saber que esta verdad realmente existe, de lo contrario, estaríamos persiguiendo un fantasma, una falacia o peor aún, un producto de nuestra imaginación o nuestra mente para mantenernos ocupados y perdidos en un ciclo vicioso, un eterno retorno sin sentido. En segundo lugar, estamos completamente seguros de que podemos hallarla, que podemos acceder a ella. Este punto es importante ya que saber que algo existe pero que al mismo tiempo es inalcanzable produce angustia y desilusión, produciría un estado de incertidumbre enfermiza. Caeríamos en un autoengaño. Y finalmente, en tercer lugar, esta verdad debe preceder a cualquier otra verdad, esta verdad debe ser un objetivo esencial en nuestras vidas desde temprana edad. De hecho, en el episodio de la pérdida de Jesús en Jerusalén, al hallarlo, Jesús responde a sus padres que él se encarga de los asuntos de su Padre. Él sabe quién es. Es el Hijo del Padre.
Ahora bien, podemos preguntarnos ¿por qué no buscamos desde los inicios esta verdad fundamental? La respuesta está en los modelos educativos que desde los años tempranos y hasta nuestra época adulta nos inculcan. (prejardín, jardín, transición, primaria, secundaria, universidad, posgrados, maestrías, etc.) La educación formal, nos lleva a descubrir una verdad no acerca de nosotros mismos, sino de las cosas del mundo. Las montañas, los ríos, los países, las matemáticas, las plantas, etc., es una educación que está dirigida hacia afuera, hacia la periferia del ser humano. Esas verdades que aprendemos en la educación formal están relacionadas todas con el mundo físico – cultural que la mente nombra y le otorga sentidos y significados. Un mundo externo que se define con el lenguaje y que puede ser interpretado de acuerdo con circunstancias de tiempo y espacio. Esas verdades se almacenan como conocimiento, doctrinas, paradigmas, creencias, y se presentan como ciencia, técnica, política, religión, economía, etc.
Por otro lado, nuestras familias al nacer nos dan un nombre, nos registran y obtenemos una nacionalidad, nos bautizan y nos incluyen en una religión, y así, vamos adquiriendo una identidad, una personalidad porque adsorbemos la cultura, las creencias y modos de vida que poco a poco definen una personalidad. También la sociedad y todo su conjunto de empoderamientos van tejiendo el rostro de alguien hasta el punto de creer que en todo eso se halla la respuesta a la pregunta ¿Quién soy? La mente nos enseña entonces a comprender la lógica de ese mundo que ella misma ha creado. La educación formal es una forma de vincularnos al mundo de la economía, la religión, la política, las instituciones todo ese mundo de la mente, pero la verdad acerca de quién soy sigue oculta a los ojos de toda esta necedad.
La verdad acerca de quién soy, no es técnica, científica, filosófica o religiosa, todo eso puede variar con el tiempo y las circunstancias de la misma historia. Por ejemplo: los griegos definieron al hombre como animal político esencialmente, pero luego los cristianos lo llaman creatura de Dios, los modernos hombre racional, la ciencia homo Faber, homo sapiens y otros pensadores homo económicus, etc. Todas esas definiciones no dicen quién soy, sino creo que soy esto o aquello, formándose así, una infinidad de conceptos y perspectivas propias de la diversidad con que la mente se expresa. El expresidente Bill Clinton ante el descubrimiento del genoma humano dijo: “hemos descubierto el lenguaje con que Dios ha formado al ser humano”, pero, aun así, reconocer el lenguaje no significa definir la esencia de quien soy, pues sigue siendo una verdad científica que está a merced de nuevos hallazgos. Entendiendo, así las cosas, cuando decimos yo soy colombiano, liberal, demócrata, católico, musulmán, transgénero, feminista, cristiano, ateo, etc, estamos hablando de accesorios que vamos acumulando con el paso del tiempo y la fuerza de la cultura que habitamos como miembros de una comunidad humana, sin embargo, allí no está la respuesta. Quién soy.
El maestro de galilea, Jesús de Nazareth, interroga a sus discípulos con la pregunta: ¿Quién dicen los hombres que soy yo? Él, tiene claridad de quien es, pero desea escuchar esa respuesta porque teniendo presente la perspectiva con la que se expresen, se puede dar una relación, un entendimiento, una comunicación, un puente espiritual. Los discípulos comienzan por definirlo de acuerdo con lo que han escuchado, y sus respuestas están relacionadas con la tradición del pasado antiguo y reciente. Dicen que es Elías, Jeremías, alguno de los profetas o juan el bautista que ha regresado de la muerte. Todas esas respuestas están dentro del carácter de la mente. Hay diversidad y confusión. Sin embargo, las palabras de Pedro encarnan una respuesta desde la conciencia y luego una confirmación del Espíritu Santo que obra como revelación. A las primeras respuestas se llega mediante la mente, haciendo un buen uso de ella, y estableciendo relaciones con la historia, los hechos y características de su personalidad. Pues enseña como maestro, predica como profeta, hace milagros, sana enfermos, todas estas manifestaciones externas expresan un Jesús histórico, pero el Cristo, el Hijo de Dios, sólo es accesible a través del Espíritu que obra en todos. Luego todos podemos descubrir al mesías, al Hijo de Dios, pero debemos encontrar los medios para hacerlo.
El hermoso evangelio de Juan nos enseña que Jesús oró porque todos fuéramos uno. Esta unidad puede expresarse desde una comunión en verdades esenciales de una doctrina común. Sin embargo, existe una pluralidad de conceptos y perspectivas de la vida de Jesús debido a que se concibe desde la mente, no desde la conciencia o el espíritu. La racionalización de una verdad que proviene del Espíritu que obra en nosotros, se distorsiona cuando nos valemos únicamente de la mente para quererla explicar. Tened los pensamientos de Cristo, es no estar gobernados por el espíritu del mundo y su reino que es totalmente distinto del reino de los cielos. Estamos en el mundo, pero ya no somos del mundo.
Finalmente, la verdad acerca de quién es Jesús, es accesible a través de la mente y así podemos acudir a las religiones, a la teología, a la filosofía, etc. Pero esa verdad la podemos también hallar por medio de la meditación y el silencio, es decir, experimentando, sintiendo, escuchando, orando y contemplando y entonces descubrimos al mesías, el Cristo, al Hijo de Dios. Entonces en Jesús, el maestro, podemos reconocer que la verdad acerca de quienes somos, la hallamos cuando entramos en la intimidad con el Espíritu que habita en nosotros, allí sabemos que nuestro yo soy existe desde mucho antes de tener un nombre, una nacionalidad, un color favorito, etc. Nuestro yo soy está sumergido en el gran YO SOY DE DIOS. Y cuando nos hacemos conscientes de esto nos hacemos UNO con Él, ya no somos, ahora expresamos como Jesús: mi padre y yo somos uno, o como Pablo: ya nos soy yo, sino que Cristo vive en mí. Solo en esta dimensión nos hacemos discípulos, pues nos negamos a nosotros mismos, así podemos cargar la cruz y seguirlo, es decir morir a todo lo que la mente y su tradición había colocado en nuestros hombros, nuestra personalidad, los rótulos de todo tipo. Solo de esta forma podemos ser auténticamente libres, pues esta verdad nos hace libres; la verdad de que no somos, la verdad de que hemos muerto, la verdad de que hemos sepultado ese yo que nos separa, para abrazar el yo de la unidad con el Padre, el yo soy del Espíritu que nos hace uno. Nuestro yo soy, es un no soy, porque toda nuestra existencia es una expresión de la voluntad del Gran Yo Soy.
Bendiciones y muchos éxitos en todo cuanto emprendan…El Padre prospere las obras de sus manos