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Despertar siempre es perturbador�

Escuché la historia de un loco que siempre salía a recorrer las calles arrastrando un ladrillo amarrado a una cuerda. Siempre que le preguntaban decía que paseaba su mascota. Todos sabían que estaba loco, sin embargo, cierto día le preguntaron: ¿Qué llevas arrastrando amarrado a esa cuerda? Contestó, es un ladrillo; la gente quedó asombrada y pensaban que se había curado de su locura, pero una vez se hubo alejado, levantó el ladrillo entre sus brazos y como susurrándole al oído le dijo: los hemos engañado lucas.

Existe dificultad para despertar en cualquier ser humano que no se permita así mismo abandonar sus propias creencias. La mente tiene el poder de llevarnos a un punto de no retorno en las ideas y paradigmas que vamos almacenando hasta convertirlas en condiciones necesarias de nuestra existencia. Inicialmente nos defendemos de cualquier hecho que ponga en riesgo esos criterios de verdad absoluta, estamos en alerta ante cualquier intento de persuadirnos y es esencialmente porque no deseamos despertar; preferimos seguir funcionando en una lógica sonámbula de autoengaño.

Como sujetos acostumbrados a tener la razón, omitimos las señales que nos advierten que las cosas deben dar un giro, que el tiempo de hacer el alto en el camino y examinar lo que sucede es ahora. Pero dejamos continuar la existencia en un ritmo de absoluta inautenticidad en el sentido que no encaramos lo que esas circunstancias nos invitan a considerar. Continuamos arrastrando el ladrillo y estamos convencidos que es nuestra mascota y por momentos decimos que necesitamos despertar, pero solo por un instante, luego volvemos a la hipnosis y la vida continua con lo que nos pasa y no con lo que experimentamos conscientemente. Por esta razón, despertar es perturbador, pues nos obligaría a dejar de arrastrar ese ladrillo y dejar de pensar que todo lo que sucede ha sido solo un diseño virtual, que somos un personaje programado para solo ver lo que nos han condicionado para “vivir”.

Jesús de Nazareth, en una ocasión les dijo a sus oyentes que no entendían su lenguaje y tampoco sus palabras,(Jn. 8,43) es imposible entender si no estamos dispuestos a escuchar pero no para simplemente validar lo que escuchamos, una actitud en donde evaluamos con los criterios preestablecidos y juzgamos todo con base a nuestros contenidos teóricos. No estamos abiertos a renunciar al ladrillo, estamos habituados constantemente a disfrazar la verdad y endurecemos nuestro corazón. También el Maestro de galilea comentó en otro momento que no entendían que todo lo que entra por la boca va al estómago y que después sale a la letrina, sino que es lo de adentro lo que hace daño al mismo hombre y lo contamina, sus pensamientos, sus creencias, todo aquel mundo fabricado a su antojo buscando el orden a sus ideas preconcebidas y aspiraciones de la mente es lo que impide despertar.

Para finalizar, un ser humano capaz de sustraer los argumentos de su mente para justificar su perturbada enfermedad de no abrirse a la acción de un nuevo nacimiento, de no escuchar para entender las palabras que están dirigidas al espíritu y no a la mente, tiende a adjudicarse el poder de nombrar con su lenguaje las cosas que de acuerdo con sus intereses persiguen como ideales del sistema de la cultura.

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